Buscar este blog

lunes, 13 de abril de 2015

Mis notas de Campo I por Vivina P. Salvetti




¿Cómo se hace trabajo de campo? ¿Cómo se aprende y practica para ser antropólogo? Aunque desde las primeras materias de la carrera nos veníamos nutriendo  y familiarizando  con distintas etnografías y diferentes abordajes y modelos, llega un momento en que todo aspirante a antropólogo debe comenzar con sus propias prácticas preliminares, que bien pueden constituir un antecedente de su propia tesis o no.
Entre mis  recuerdos hubo dos cosas que me llamaron la atención al inicio de la carrera. Una era el pánico que referían mis compañeros para llevar adelante la tesis de licenciatura, razón por la cual luego de casi diez años de estudios académicos muchos terminan optando por hacer las materias didácticas y recibirse como profesores de antropología, título  igualmente  obtenido cursando los tres años de profesorado. Junto con el fantasma de la Tesis, se alza el de las necesarias prácticas de campo, que obviamente tenemos que realizar si hemos de llevar adelante una investigación como antropólogos.
Tesis y prácticas de campo como definitorias del antropólogo y como fantasmas que aterrorizaban a muchos de mis compañeros me hicieron pensar desde los primeros años en la necesidad de ir considerando no solo en temas posibles para una Tesis (si hubiera querido ser profesora de antropología  hubiera optado por los trea años del profesorado) sino en algún ámbito adecuado para prácticas de campo que no requiriera viajar a sitios lejanos  y que cubriera los requisitos de la cátedra.
Finalmente me decidí por abordar el tema general de los efectos que la compañía animal ejerce sobre los humanos, partiendo del supuesto de que el vínculo resulta beneficioso para ambas partes. Como se imaginarán, en mi familia y hasta donde recuerdo siempre hubo diferentes mascotas, gatos, perros y hasta peces, todos conviviendo pacíficamente con nosotros, o al menos no recuerdo que se agredieran o que causaran graves e insalvables trastornos en mi casa. Además de las mascotas tradicionales,  mis amigos saben por lo que les he contado de mi infancia en Venezuela, de animales exóticos que le regalaban a mi papá en sus viajes al Oriente, más específicamente en puestos sanitarios cercanos al delta del Orinoco y que irremediablemente aceptaba como visitador médico que era durante nuestra infancia. Hubiera sido difícil convivir con tantas y variadas mascotas si no  hubieran sido del agrado de mi querido viejo. Todos eran aceptados e integrados al grupo familiar, y en el caso de crías rescatadas de la selva, devueltas allí una vez que alcanzaran cierta autosuficiencia, algo no muy difícil de corroborar en especies herbívoras.
El tema elegido, además resultaba pertinente porque expresaba una continuidad con la tradición antropológica respecto de las clasificaciones totémicas.
Aunque una cosa resulta la idea original o hasta el proyecto inicial y otra llevarlo a cabo. Una vez definido el tema general, debía acotarlo, aprender a elaborar preguntas que conformara algún tema de investigación.  Finalmente supe de un programa de inserción social mediante animales y me pareció un ámbito adecuado donde conocer y comparar cómo se relacionan y vinculan profesionales de la salud, jóvenes en situación de riesgo y las familias que los acompañan al lugar.
Aunque tras largos y engorrosos trámites no conseguí ingresar al programa mencionado como antropóloga practicante, afortunadamente conseguí integrar los datos disponibles relevados durante la cursada y no hizo falta que repitiera la materia, otra experiencia usual entre los estudiantes de Metodologías de Campo. Al no poder ingresar al único espacio inicial elegido previamente para relevar datos comparativos respecto de diferentes grupos dentro del mismo ámbito, pude encontrar otros ámbitos que igualmente permitieron la comparación necesaria con los datos iniciales.
Finalmente pude realizar las prácticas de acuerdo con los requisitos de la cátedra., y aprobar los ejercicios de campo con una muy buena calificación.

El valor de la experiencia de campo
Si tengo que hablar por mi experiencia personal  respecto de las prácticas de campo, diré que las dificultades inherentes constituyen todo un aporte al ejercicio de la marca registrada de todo antropólogo, pasible de llevar a cabo aún en sitios urbanos. Definitivamente uno no sale igual de la experiencia.
En mi caso, terminé realizando una Tesis de Licenciatura sobre un tema absolutamente diferente y abordando otras fuentes para los insustituibles datos de campo -muy distintos por cierto del tema y datos recabados como antropóloga practicante- creo que siempre voy a recordar los sentimientos que me  embargaron el día que realicé mis primeros apuntes de campo, apuntes que apenas llegué a casa volqué en la más exhaustiva descripción que pudiera realizar. Tal como recomendaban en la cátedra a cargo de las prácticas, el secreto de una buena Etnografía estriba no solo en aprender a tomar buenas notas, sino observar y registrar visualmente todo lo que se pueda, y realizar una descripción etnográfica exhaustiva escribiéndola lo antes posible, cosa de no olvidar detalles.
En este aspecto no hay que dejarse engañar por los medios de registro técnicos. Supe de compañeros que llevaban un grabador para las entrevistas, pero presté atención a las recomendaciones. Me advirtieron que se trata de una práctica que impide mantener el estado de alerta a todo cuanto pasa. Además, una cosa es copiar a posteriori el material grabado (cuatro horas de transcripción por cada hora grabada según la experiencia cuantificable)  material que en sí mismo merece contextualizarse, y otra es pasar en limpio las notas apenas uno llega y transcribir literalmente aquellas frases importantes que nos llamaron la atención según las hubiésemos  anotado. Lo mismo pasa con las cámaras de video. Merecen contextualizarse. No hay atajos técnicos que sustituyan exitosamente la antigua y eficaz  libreta de notas de campo  durante  la observación participante.
Otro dato a tener en cuenta: Hay que procurar  llegar al campo con alguna hipótesis inicial, pero  estando conscientes de que es muy probable que la misma deba requerir ajustes como resultado de los datos obtenidos sobre terreno. (Algo que les aseguro aprendí por experiencia)  Hay que mantener el equilibrio: Hay quienes están dispuestos a forzar los datos con tal de hacerlos coincidir con la hipótesis inicial, y están los que viven cambiando radicalmente de hipótesis ante cualquier dato novedoso. La mejor metáfora que recuerdo al respecto es la que nos recomendaba procurar una suerte de adecuación entre una puerta de madera (los datos) y el marco teórico donde debe instalarse.
Si bien me acerqué al terreno con una hipótesis inicial a contrastar que dependía del grupo elegido, me vi forzada a modificarla debido a que finalmente no me fue permitido por el grupo terapéutico ni siquiera tener diferentes conversaciones informales  con los profesionales  que integran el programa de reinserción social.  Me vi forzada a  pasar por la experiencia nada grata de sentirme sujeta de una confabulación grupal innecesaria si se hubieran explicitado francamente desde el principio las razones legítimas para no permitirme ni siquiera una breve entrevista que aborde la subjetividad de los profesionales a cargo del programa terapéutico. No prestaron atención a los certificados y solicitudes de colaboración por parte de la cátedra  ni a mi pedido personal de que simplemente se trataba de prácticas de campo para aprobar una materia como estudiante de antropología.
Desconfianza, resquemores y la persistente sombra de  “investigaciones periodísticas” con absoluta falta de ética, propiciaron el rechazo hacia todo aquello que parezca una intrusión en los ámbitos de trabajo.
Las notas que comparto permiten el seguimiento de mi propuesta  inicial, cómo llegué a ella, las dificultades que surgieron y cómo las herramientas de la antropología me permitieron validar  y utilizar posteriormente  los datos relevados inicialmente con el propósito de validar  otra  propuesta en un ámbito bastante diferente y que sin embargo cumpliera con  los requisitos de la cátedra.
Los cuatro informes de campo requeridos por la Cátedra de Metodologías de Campo (todos escritos con mi vieja máquina Olivetti) los comparto a continuación luego de realizar su transcripción manual para computadora, y ofrecerlos casi tal como los presenté originalmente. Las fotos que acompañan estas Notas de Campo me pertenecen a menos que se indique lo contrario.

Registro de Campo N° 1
Relato reconstruido en el día a partir de notas tomadas en el momento sobre el terreno
Situación Registrada:
-Observaciones realizadas en el jardín Zoológico de la ciudad de Buenos Aires.
-Incluye entrevistas informales y espontáneas con Cuidadores Adultos empleados en el predio.
Fechas de las notas originales:
 Domingo 29 de agosto  / domingo  5 de septiembre
Tiempo de exposición en el terreno: 2 horas en cada ocasión (de las 16 a las 18 horas) además de  tres horas en Internet para recabar información sobre el lugar. En total  suman siete (7) horas  para la selección de datos relevantes, sin contar el tiempo para su transcripción escrita a-posteriori de las notas sobre las observaciones realizadas sobre terreno.

Propuesta metodológica Inicial
Hace varios años, un informe en el noticiero de la Tele presentaba una nota acerca de un programa de integración social llevado a cabo en el zoológico de Buenos Aires. Recuerdo que me llamó la atención como emprendimiento dinámico y creativo. El programa de reinserción social está a cargo del Hospital Infanto-juvenil Carolina Tobar García.
Los jóvenes incorporados al programa que se lleva a cabo en el zoológico, si bien se encuentran afectados por diferentes patologías psiquiátricas, dejan de lado su condición de “pacientes” para simplemente acompañar a los cuidadores de animales del zoológico. La particularidad de esta actividad está dada no solo por el papel sanador crucial del contacto con los animales, sino que muchos de los cuidadores actuales son egresados exitosos del programa en cuestión.
La descripción etnográfica que me interesa encarar propone abordar el carácter  del entorno social particular  en la remisión exitosa de las patologías psiquiátricas, en un abordaje que respete las pertinencias antropológicas
Como herramientas metodológicas que den cuenta del éxito obtenido en la remisión y posterior reinserción social de los jóvenes, he pensado al menos por ahora, en la Oralidad como sistema integrado por diferentes lenguajes (verbal, corporal, gestual y espacial). Cada uno de estos lenguajes ha sido abordado antropológicamente por separado desde hace más de 50 años.
La Hipótesis inicial que me propongo contrastar es que la articulación de los diferentes lenguajes no verbales que se ponen en juego en la interacción con los cuidadores y los animales es lo que permitiría  la remisión de las patologías.
La idea surgió luego de ver varios micros en la tele referidos al mencionado programa terapéutico  y después de observar las dificultades que tienen los terapeutas a cargo para dar cuenta de las razones para  el éxito obtenido mediante la incorporación de animales en la terapia para el tratamiento de trastornos infantiles. Como se sabe, el paradigma psicoanalítico depende de “poner en palabras” el trauma como única vía válida de curación y obviamente la relación con los animales excede el nivel de comunicación verbal.
Sin embargo, las particularidades del llamado lenguaje gestual han sido muy estudiadas por antropólogos.
Además de las novedosas propuestas teóricas de Gregory Bateson, el grupo interdisciplinario de Palo Alto impulsó las investigaciones de Ray Birdwistell sobre las particularidades  de la asociación entre lenguaje y gestualidad, en la que intervienen diferentes modos de percepción y comunicación (visual, olfativo, auditivo, táctil, espacial y temporal)
Se trataba de abordajes que constituían un claro antecedente que permitía considerar al vínculo que se establece entre los jóvenes y los animales como una forma válida de comunicación.
Algunos de los interrogantes que guiaban mi primera visita al campo fueron:
   a)  ¿Cómo habrá sido el proceso de creación de este dispositivo terapéutico tan novedoso? (“¿Cómo se les ocurrió?”)
   b)  ¿Habrá algún modo de correlacionar alguna de las formas de lenguaje no verbal con la remisión de patologías? ¿Tendré oportunidad de describir casos puntuales?
   c)  ¿Estarán restringidos estos beneficios del vínculo con animales únicamente a los jóvenes con patologías?
Con esas preguntas en mente, encaré una incursión preliminar sobre el terreno.

Una Incursión sobre Terreno
Como el tema general de mi investigación gira sobre el lugar del entorno social en la remisión de patologías psiquiátricas, elegí como ámbito particular un programa terapéutico que se lleva a cabo en el Zoológico de Buenos Aires.


Se recuerda que este programa articula el tratamiento psiquiátrico con la introducción de los jóvenes en el cuidado de animales y guiados por cuidadores que a su vez son miembros que han conseguido su propia remisión de las patologías por las que comenzaron a tratarse.
Uno de los supuestos antropológicos de los que parto define a la oralidad como un sistema que integra diferentes tipos de mensajes comunicativos, como el factor crucial que favorece la remisión de las patologías.
La oralidad así entendida y puesta en práctica requiere del empleo de términos verbales en la psicoterapia, pero también de la decodificación de las expresiones gestuales y espaciales puestas en escena para las prácticas del cuidado de los animales.
Tal como he mencionado tuve conocimiento de esta actividad a partir de cortos televisivos, así que me contacté mediante la página Web con uno de los profesionales a cargo y traté de explicarle en un correo electrónico el objetivo de mi trabajo como practicante de antropología.
Mientras esperaba respuesta formal por parte de uno de los directores, (además teniendo en cuenta que había una fecha acordada para la entrega del primer informe de campo) me pareció una buena idea empezar a familiarizarme con el  espacio del Zoo de Buenos Aires, y si se presentaba la oportunidad, abordar la subjetividad de cuidadores adultos, quienes obviamente se encuentran fuera del programa terapéutico en cuestión.[1]
Además es una hermosa tarde de domingo. Después del fallido pronóstico que anunciaba la Tormenta de Santa Rosa (estamos a fines de agosto) un cielo sin nubes ofrecía una abierta invitación a salir a disfrutar de un agradable paseo acompañada de una libreta de notas en blanco  y mi cámara de fotos doméstica.

El zoológico, aquí y allá, antes y después
Si bien desde el punto de vista metodológico se espera que uno trate de erradicar cualquier supuesto conceptual previo con el propósito de abordar el conocimiento con la mayor objetividad posible, sin embargo no se trata de un requisito respecto del espacio físico a explorar. Contar con datos orientativos del terreno a conocer puede ser un buen punto de partida para poder anticipar qué  es lo que podemos buscar y qué no. Antes de ingresar a terreno, las nuevas tecnologías permiten comenzar a familiarizarse con el tema aún antes de salir de casa. Entre los datos preliminares que aparecen en la página Web del  Zoo de Buenos Aires, se encontraba la fecha de su inauguración: el 30 de octubre de 1888.
Por otra parte, mi viejo diccionario Sopena de 1954 define como “parque zoológico” al “lugar donde se conservan, cuidan y a veces se crían fieras y otros animales no comunes (¿exóticos?)  para aumentar el conocimiento de la zoología.



Me pareció bastante ascética la definición que oculta relaciones de poder no visibles en el diseño.
Por eso no parece fortuito el sitio elegido para su emplazamiento en la Buenos aires de 1888, ni que lo único que permanece del cerco perimetral original fuera el arco de Triunfo.
Sobre terrenos expropiados a Rosas, en las afueras de la ciudad e integrando lo que pasó a denominarse “Parque Tres de Febrero” (día de la derrota del “Tirano”) el Zoo aparece como lugar donde el poder político de turno, parte de una Argentina que busca homologarse con las potencias imperialistas de Europa, muestra su poder y grandeza mediante la exposición pública de varios tipos de fieras traídas desde Asia y África (cuanto más lejos, mejor) y otros animales exóticos, que pasan sus  cuidados días en diminutas jaulas elaboradas con exquisitas rejas de hierro forjado
Clara victoria de la Civilización frente a la Barbarie.
Poco de eso había cambiado hasta los días de mi infancia, hace unos 40 años. Recuerdo mis propias impresiones cuando mis padres decidieron que era hora de volver a la Argentina. Mis hermanos y yo estábamos recién llegados de Venezuela, y mis tíos consideraron que llevarnos a pasear al Zoológico de Buenos Aires constituía una visita obligada para cualquier visitante extranjero infantil (“lástima que esté abandonado”) a la que siguiera la también infaltable vuelta en uno de los Mateos que esperaban su turno en la vereda (“Che, qué caro está un paseíto tan corto”)
El único zoológico que habíamos conocido era el de Parque del Este, en Caracas: Construido según criterios del siglo XX, los animales eran mantenidos en una aislada reproducción de la Sabana africana (el clima tropical ayudaba) rodeados por un foso que los separaba del público.
Como al único que conocía era el zoo de Caracas me llamaron la atención las construcciones al interior del predio porteño, tal como aparece en la página oficial de divulgación: “El Zoo  presenta manejo de fauna en un ambiente controlado con monumentos y recintos que combinan diferentes estilos arquitectónicos”


Mis tíos en su momento  nos mostraron el estilo hindú de las casas para elefantes, los camellos tenían la suya con arcos árabes de herradura y la de los monos reproduce un templo con muchas imágenes de simios. Sin embargo lo que me impactó fue el sucio gris de las paredes y los letárgicos movimientos de los animales. Ciertamente, en el año 1967 se encontraban en un franco estado de abandono.
Afortunadamente algo de eso cambió desde esos años. A diferencia de  mi primera visita, un cuidador después me confirmó “Hace años se cerraron las antiguas jaulas de los felinos y se los ubicó en recintos un poco más amplios” Algo es algo.
Sin embargo, más de un siglo después, el zoológico originalmente emplazado en el Parque Tres de febrero, terminó emplazado en el medio de una jungla de cemento
La superficie original de 18 hectáreas sigue siendo la misma pero se ha resignificado. Las concesiones privadas a la industria del entretenimiento infantil lograron incorporar un paseo en barco sobre uno de los lagos ornamentales que justifican la denominación de jardín zoológico. Además se puede ingresar en un Acuario a cielo abierto, un Serpentario, al Cine en 3D y a una reproducción de la selva subtropical.
Otra incorporación importante ha sido la Fundación Bioandina. Su nombre fue tomado de la Fundación Bioandina de Venezuela “Con la intención deliberada de que se generen otras Bioandinas en el resto de países andinos” dice el folleto, para aumentar la eficacia de las tareas de cría, rescate y conservación de especies en peligro. Los cuidados son otorgados tanto en las Reservas como en los Parques Nacionales, así como en el zoológico porteño. Actualmente el Zoo cuenta con ámbitos dedicados a la criopreservación de material genético (proyecto ARCA) así como también a la asistencia para reproducción de especies en peligro.



Entre las especies protegidas se encuentran el Cóndor andino, varias aves rapaces, varios felinos americanos (como el yaguareté local) el Taruka (un mini ciervo de 80 cm de alzada)  y el Aguará-Guazú (cánido de hábitos solitarios)
 Y finalmente pero no menos relevante, el Zoo cuenta con un área de relaciones institucionales que elaboran diferentes programas de integración para ciegos, para comunidades originarias y para jóvenes con patologías psiquiátricas.
Otro enorme cambio que observé desde los días de mi primera visita y que ahora constituye toda una atracción para los pequeños es su participación generalizada en la alimentación de los animales herbívoros mediante el balanceado provisto desde varios puestos distribuidos en todo el parque.


Averiguar desde cuándo se permite tal conducta es un dato no menor dentro del tema general que  me he propuesto describir debido a los beneficios que produce en los más pequeños la interacción con los mansos y enormes animales
Mientras tanto, sigo caminando rodeada de familias que pasean tranquilas, completamente ajenas a mis reflexiones personales.

A  vuelo de pájaro
Mientras seguía caminando,  no pude menos que observar a varias maras (liebres patagónicas de gran tamaño) que tomaban sol, y otras que se movían tranquilas y sin problemas entre la gente.
Casi sin darme cuenta llegué hasta una cabaña con un guía apostado en la puerta y de una manera absolutamente informal le pregunté por las maras y empezamos una charla que duró cerca de una hora.
Antes de compartir aspectos relevantes de los temas tratados, me parece oportuno describir lo que en el mapa que proporcionan en la oficina de informes figura como “Cabaña Cóndor”. El sitio donde había arribado ofrece información sobre el proyecto Cóndor y Aves rapaces previamente mencionado.

La cabaña es una réplica de los refugios de alta montaña, lo que imaginariamente nos eleva al hábitat de estas majestuosas aves en peligro. Tiene un típico techo a cuatro aguas, pero en lo que difiere de las tradicionales es en la enorme puerta doble hoja que invita a pasar.
Una galería de gigantografías  detallan aspectos del programa, y distintos folletos explicativos son ofrecidos al público. Dos televisores en cada una de las esquinas posteriores reproducen distintos momentos de la Ceremonia de liberación de las aves a cielo abierto, meta que corona el esfuerzo. En el centro de la cabaña, una mesa y una réplica de  cóndor sobre ella.
“Dígame por favor, ¿cómo es que las maras andan sueltas y tan tranquilas?” El guía pasó a explicarme que se debe a que han pasado varias generaciones de maras que conviven con el público, a partir de una política particular de la Institución. El Zoo de Buenos Aires ha hecho de la interacción con animales un foco importante de su atracción.
“¿Qué pasa con los carnívoros? ¿Piensan incluirlos en algún momento?”  No. “Tenemos una política de respeto para con los carnívoros, inclusive el animal nunca ve a su cuidador.[2]  Esto no impide que se trate de proporcionales estímulos tales como pelotas, pasarelas, todo tipo de artefactos estimulantes y alguna comida preparada especialmente y que les guste mucho.
De los animales en general pasamos a los cóndores en particular. Por tratarse de una estación que articula preservación con rescate y reproducción, cuando reciben animales de origen incierto lo primero que se hace es observarlos para deslindar el grado de “impronta humana” que portan consigo.
Distinguir si las heridas o la desnutrición que presentan se debe atenencia irresponsable o al tráfico ilegal o si fueron ocasionadas por cazadores furtivos.
En el caso de animales salvajes, la presencia de ijmpronta humana se considera un factor que condiciona negativamente su reinserción al ámbito natural.
Resulta curioso que en mi primera incursión en el campo para observar cómo afecta la subjetividad de los cuidadores la interacción con los animales, me haya detenido con quienes, para lograr la reinserción exitosa de ejemplares en su hábitat, deben permanecer aislados de todo contacto humano.


Así que mi pregunta de inicio merece reformularse: ¿Cómo es afectada la subjetividad del cuidador cuando debe cuidar sin interactuar?
Para poder contestarla , el guía amablemente me presentó a uno de los encargados del programa de protección, quien se hallaba en expectativa de un viaje a  los pocos días para acompañar la Suelta de Cóndores en la Patagonia.
“Es muy emocionante el momento de verlos volar a cielo abierto por primera vez, Se trata de aves que uno ha visto desde la incubadora, atento al desarrollo del huevito, luego de alimentoarlos por medio de títeres y cuando están más grandecitos, nos internamos junto con ellos en la Isla”. La Isla, me explicó es un ámbito especial dentro del predio que combina el  aislamiento de las aves con los humanos mientras interactúan con otros miembros de su especie en similares condiciones, y donde el cuidador de cada ave mantiene la premisa de evitar todo contacto directo. “El estar aislado junto con ellas, permaneciendo en silencio durante horas, hace que inevitablemente uno se escuche a sí mismo…”
Además del silencio reflexivo ¿se involucrará subjetivamente el cuidador con las aves a su cargo? Por lo menos, con el que dialogúé se entusiasma cuando habla de su trabajo: “Es increíble cómo los pichones se hacen entender… Vos te das cuenta de qué es lo que les pasa…” Este “darse cuenta” debe inscribirse. El protocolo ordena el seguimiento diario en el Libro de Observaciones.
Por mi parte no puedo dejar de observar que se registran necesidades totalmente objetivas pero que han sido inferidas de manera totalmente subjetiva, y sin que haya mediado interacción con las aves.
El cuidador ha logrado decodificar el comportamiento avícola para atender adecuadamente sus necesidades, y lo ha conseguido después de involucrarse subjetivamente con ellas.
Cuando pregunto dónde se han especializado, me llama la atención que tanto el guía como el cuidador especializado provengan de ámbitos ajenos a la especificidad de la Cría de Cóndores.
El cuidador es biólogo marino, aunque se va formando en la práctica diartia, no descarta el especializarse para poder seguir realizando con idoneidad esta actividad particular que a todas luces, le apasiona.
El Guía por su parte, declaró que tiene otras ocupaciones durante la semana y se dedica a trabajar como tal en el Zoo los feriados y fines de semana. Es evidente que se encuentra a sus anchas como divulgador. “Creo fundamental  el papel de la educación para preservar a los cóndores. Es necesario derribar creencias infundadas sobre su agresividad y peligrosidad, que se han trasmitido boca a boca y hacen del Hombre su peor enemigo”. Con  una amplia sonrisa concluye “Después de mucho tiempo, encontré mi verdadera vocación”.
La investigación sobre el cuidado de animales y su relación con tamaño entusiasmo, recién empieza.

Análisis metodológico[3]
Entre los procesos elementales para la producción etnográfica señalados por la Cátedra de Metodología de Campo se citan las diferencia entre las notas de campo (forzosamente acotadas y recortadas a lo que consideramos digno de registrar), la descripción etnográfica y el análisis etnográfico. Es bastante común confundir estos tres aspectos del quehacer antropológico. Los materiales y etnografías con los que nos familiarizamos en diferentes momentos de la carrera nos permiten deslindar  los tres aspectos mencionados.
Sin embargo, hay otro aspecto no menos crucial que queda abierto ante cada practicante de antropología y tiene que ver con el juego de su propia subjetividad sobre el terreno. Otra cátedra, la de Epistemología, que deslinda en qué consiste hacer antropología como ciencia y qué no,  me permitió atender a la pertinencia de superar la ilusión de un abordaje objetivo de la situación social elegida. Las valiosas exposiciones teóricas  así como algunas de las anécdotas y reflexiones de los experimentados antropólogos todavía resuenan en mi memoria, y sin duda condicionaron la elección de mi propia disposición inicial cuando llegara el momento de realizar mis  prácticas de campo que resultan insoslayables para cualquiera que pretenda ejercer la antropología como profesión.
La persecución de objetividad en el abordaje de una situación social merece distinguir entre los hechos concretos que ocurrieron y lo que cada individuo a su vez percibe o siente respecto de los hechos en cuestión.
Mi primera incursión para obtener impresiones del campo resultó favorecida por tratarse de información proporcionada desde individuos especializados en su tema que se encontraban en un lugar de difusión pública de sus tareas. Tanto el guía informativo como el biólogo de la “Estación Cóndor” se encontraban a disposición del público que visita el zoológico los fines de semana.  Esta disponibilidad no solo facilitó las entrevistas y el abordaje de la subjetividad de los involucrados, sino que por supuesto, contribuyó a disminuir la tensión personal tanto por parte de ellos como por parte mía, con todas mis emociones puestas en juego en la primera de mis prácticas de campo como antropóloga.
Visto en retrospectiva, fue una buena forma de iniciar mis incursiones desde una resolución de  carácter absolutamente intuitivo[4]




[1] Tenía en mente relevar datos respecto de la subjetividad  de cuidadores adultos dentro del tema general que considera  el modo en que animales y  humanos se relacionan. Se trataba de información pasible de contrastar y comparar  con  los datos a obtener dentro del grupo dedicado a la inserción social, y absolutamente válidos mientras esperaba respuesta por parte del grupo en cuestión.
[2] Posteriormente otro de los encargados del lugar me confirmó que se trata de políticas de manejo propias de cada institución. Cuando le pregunté por un cuidador herido por un carnívoro  que había sido noticia, me contó que ocurrió en el Zoo de Luján, que en cambio propicia el contacto del cuidador con absolutamente todos los animales. Según parece,  el contacto humano no asegura la desaparición del instinto agresivo.
[3]  Su carácter reflexivo admite realizarlo con posterioridad a la presentación original de mi  primer registro de campo.
[4] Resulta inevitable recodar las palabras de Félix Schuster citando la relación hegeliana entre los conceptos y la intuición.

No hay comentarios:

Publicar un comentario