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lunes, 23 de noviembre de 2015

¿"Hecho" el cuento? o ¿"Echo" el cuento? Oralidad, narradores y cuenteros, por Vivina Perla Salvetti


No se anticipen amigos, las preguntas del título no remiten a una posible falta de ortografía.

La entrevista realizada al cuentero venezolano –como a él le gusta que le digan- Luis Cedeño se presenta como la ocasión ideal para reflexionar cómo términos conocidos aún en un mismo idioma pueden estar acompañados a significados absolutamente diferentes.

Como muchos de ustedes ya conocen, nací y pasé todita mi infancia en Venezuela, lo suficiente como para considerarla la patria de mis recuerdos y donde suelo viajar en sueños cuando necesito de fuerza de ánimo para enfrentar determinados embates de la vida. Mis amigos venezolanos entonces no me dejarán mentir cuando refiero que en Venezuela “echar el cuento” tiene una connotación bastante diferente a lo que se conoce aquí en Argentina como “hacer el cuento”, algo que además arroja un poquito de luz sobre las preguntas del encabezado.

Por otra parte, los estudiosos de la tradición oral reconocen que muchas veces durante la transmisión de un cuento el emisor lo hace suyo, tan suyo que introduce modificaciones, interpreta significados o crea una variante, porque el relato oral es abierto, “para que quien pueda añadir o enmendar si quisiese” pueda continuar en la co-creación, según invitaba Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (1283-1350) y autor del Libro del Buen Amor obra maestra medieval.

            


Algo de ese significado abierto y subjetivo propio de la tradición oral podemos encontrar en la  frase “Te echo el cuento” que forma parte del habla cotidiana de los venezolanos. Es utilizada para describir o relatar algún hecho o situación, donde el emisor  quiere dejar bien en claro que se trata de su versión de las cosas, cómo él la ve y sobre todo, cómo las cree.

En cambio, aquí en Argentina, toda referencia a cuento, inexorablemente se relaciona con inventos, fabulaciones o engaños. Este significado del término cuento es utilizado en frases como  “el cuento del tío” o simplemente “le hizo el cuento”, para referirse a que alguien perpetró un engaño con malicia.
Quizás este significado argentino del cuento vinculado al engaño, al menos para mí, esconde la razón para que los llamados cuentacuentos locales se esfuercen por apegarse al texto escrito para no apartarse ni un ápice de él. El cuento argentino, según parece, quedará redimido de su halo maldito en la medida que se ajuste al texto escrito debidamente autenticado.

Pero yo me crié en Venezuela, y quizás por eso me gustan más las continuidades con las tradiciones de transmisión  oral.  Para mí, aunque viva en Argentina, contar un cuento cualquiera requiere conocerlo, respetar su argumento general, pero atreverse a digerirlo y elaborarlo lo suficiente como para conectarse con las emociones propias que uno quiere volcar ante un público eventual. 
Entonces y solo entonces uno “echa el cuento” tal como le sale de las tripas, y los oyentes podrán estar seguros que si bien el relato no resulta un calco del original, los sentimientos vinculados al mismo son auténticos y reales. Como antropóloga me conmueve imaginar que contar historias junto al fogón formó parte de la experiencia que nos hizo humanos miles y miles de años antes que se inventara la escritura, cuando el cuerpo tenía permiso para expresar sus temores en entorno seguro. Con mis recuerdos a cuestas procuro recrear una atmósfera particular, y me siento satisfecha cuando algún amigo me interrumpe para hacer una pregunta sobre el relato que toma como verídico, como si le costara creer que se trata de un cuento.




Bueno amigos, espero que luego de exponer sucintamente esta diferencia entre “hacer el cuento” argentino y “echar el cuento” venezolano puedan entender y disfrutar un poco más lo que opina Luis Cedeño al respecto.
La entrevista original fue realizada para el diario venezolano Notitarde, el 19 de abril de 2008.


“Fundamentalmente vivo porque a eso he venido”


"Nací en 1953. Tengo cincuenta y cinco años. Me gusta nombrar que nací en un barrio. Me gusta decirlo por lo que pasó ahí conmigo. Cosas muy bellas. Fui feliz allí. Estudié en la escuela La Salle, la gratuita. Lo acentúo porque también pasaron cosas bellas allí. Conocí la de Guaparo y me gustaba la gratuita. Los religiosos. Mi mamá un día me tomó por la mano y me dijo: "Usted va para la Normal "Simón Rodríguez" a estudiar para maestro". Me gradué y soy maestro. Me gustan la bicicletas de reparto y tuve una. Me gustó atender una bodega y la atendí. Me gusta barrer patio y mi casa tiene uno. Quise tener un maletín viejo, de médico, para echar cuentos y mi hermano me lo consiguió. Estudié en la universidad, pasé por ella y me gradué. Soy esposo de Marlene y papá de Surrú y Mariana. Me gusta decir que soy maestro más que licenciado. Complací y complaceré gustos de la vida. He andado como a mí me gusta andar. Fundamentalmente vivo porque a eso he venido".

De esta forma se presentó Luis Cedeño cuando se le pidió que resumiera su curriculum para esta entrevista tras treinta años como Cuentacuentos, aunque el gusta que le digan Cuentero. Ganó el premio del concurso de cuento radial Panchito Mandefúa, de la Casa de las Letras patrocinado también por la radio universitaria 104,5 FM con la historia "Radio Cuento".

Para escribirlo le pidió a su esposa que le prestara el espacio de la cocina por una tarde. Allí acomodó los peroles e improvisó una emisora. Puso la mesa en el centro y en el medio colocó la licuadora que cumplió el rol micrófono. Después de actuarlo lo escribió.

¿Cómo fue esa vivencia trasladada al papel?
En el traslado de la palabra a la literatura hay un espacio de tiempo, unas normas de orden gramatical y un tiempo para el dibujo de las letras que hace que no seamos exactos.

¿Cuál es la diferencia entre el cuenta cuentos y el cuentero?
El cuenta cuentos, por lo general, busca los cuentos en libros. Los lee, les hace alguna modificación y los echa. Siempre les va a incorporar algo que tiene el cuerpo. Yo nunca he podido contar un cuento así. Me sé muchos cuentos de esos porque soy un lector. Yo lo que puedo hacer es conversar sobre cuentos que he leído, contar su historia, su anécdota. Yo voy haciendo cuentos... Y también me nutro de lo que oigo, en las camionetas. Escucho unas cosas que superan tanto la imaginación que es allí cuando comienzo a armar hasta que creo que están listos para contarlos a los demás. Primero tengo que convencerme a mí mismo para que los que me escuchen lo gocen. Mi vanidad  -porque creo que la tengo- se llena cuando alguien se me acerca y me hace una pregunta racional sobre alguna de las historias que he contado.

¿Qué cuento se le ocurre?

Un hombre que tenía dos orejas muy grandes. La oreja izquierda era como del tamaño de una sala de conferencias. Eso es lo que yo recuerdo. Y la oreja derecha como del tamaño del edificio de Notitarde. Ese hombre, sentado frente a su casa, cuando soplaba el viento, la cabeza le daba a un lado y otro, de acuerdo a como soplaba el viento, por el tamaño de las orejas. Unos niños que lo vieron se le acercaron y le preguntaron si escuchaba por la oreja izquierda.
El dijo que sí.
-¿Y qué oye?- le preguntaron.
-Estando, por ejemplo en San Diego, puedo oír lo que están hablando en la plaza Bolívar de Maracay.
Todos los niños se le encaramaron arriba, se le pusieron cerca de la oreja y escucharon hasta los perros ladrando de la plaza Bolívar de Maracay. 
Entonces, otro niño le dijo: “Y si usted oye tanto por qué no escucha lo que hablan en la plaza Bolívar de Caracas”.
El dijo: “Sí, lo oigo”.
Puso la oreja hacia Caracas y escucharon él y los niños lo que allí ocurría. 
Otro niño llegó y le dijo “¡Ah! usted se la echa señor¿Por qué usted no escucha lo que hablan en la China?”.
Entonces el hombre le dijo: “Sí, lo escucho. Búsquense una guafas y unos mecates”. Los niños bajaron, se montaron de nuevo; le amarraron la oreja, la templaron y pusieron la oreja hacia un cerro. El les dijo que del otro lado quedaba la China. Así escucharon muchas voces de chinos que no entendieron.

-¡Señor! ¿Y por la oreja derecha que es más grande?
-Por esa yo no oigo nada.

De esta forma Luis Cedeño va diciendo que a los niños se les ocurrió hacer un conuco, sembrar caraotas, ají y pimentón; después idearon un río que saltó con agua clara; una casa, un hombre y una mujer que se dieron un largo beso que abrió las ventanas y las puertas para dar paso al aire y a los pájaros y los muchos niños que llegaron rompiendo la soledad.

¿Lo acaba de inventar?
No, lo he echado, pero los cuentos que se echan son libres y adquieren una atmósfera. Ahorita, lo he echado, y no sé por qué, con nostalgia. Se mantiene una esencia que es "lo no dicho", que es lo que uno percibe de una palabra aunque ella no lo denota. Lo que perdura es la esencia, lo demás son formas, gestos, recursos que se usan, que pueden cambiar.

¿Dónde le nació el oficio de cuenta cuentos o cuentero?
Se inició en la escuela rural de Güigüe donde trabajé.

¿Era consciente de su don?

No. Yo estaba dando clases y estaba contando los cuentos de lo que ahora sé que se llama recurso pedagógico. Yo me doy cuenta de eso después. En el momento yo estaba contando los cuentos correlacionados con el contenido programático. En los recesos los niños me pedían que les echara algunos cuentos y lo hacía. Así comencé. Pero se dio la relación que empezaron a decir “el maestro Luis cuenta cuentos, si quieren lo llaman y lo invitan”. De esta forma me llevaron a algunos lugares y empecé a contar lo que me sucedía en clase, con mis alumnos. Hubo un momento, no sé cuál, en el tiempo, que soy un cuenta cuentos.

¿Cuándo empezó a agregar objetos a sus cuentos?

Toda mi vida he sido muy escenográfico. Toda mi vida me ha gustado usar sombrero y cargar cosas en el cuerpo. Cuando quiero contar, el cuento me consigue con la escenografía. Entonces yo la incorporo.

¿Disfruta echar cuentos o ver a la gente escuchándolo?

Cuando me olvido del espectáculo comienza el goce, el cuento en el que creo cuando lo echo, nunca dudo, y cuando veo al público atento a mi actuación, siento que el cuento hace que yo me ponga al servicio de él, porque él requiere de mí y yo no puedo traicionar el cuento. Hay un acto como mágico.

Lo disfruto y el público aplaude, aunque a veces se queda reflexivo. Me gusta cuando la gente se olvida del esquema ese de aplaudir apenas termina una actuación. Si alguna vez hago teoría sobre la oralidad comenzaré por allí, sobre esa conciencia que despierta el cuento y la palabra.



                                                                                  Hasta la próxima amigos!


3 comentarios:

  1. Me encanta la entrevista Cedeño, el cuentero y me recuerda en algunos aspectos a mi forma de dar clase, que yo copié a mi vez de dos grandes profesores que tuve, uno en el secundario y otro en la universidad. Ninguno de los dos y yo tampoco empezaba por el título o el objetivo a desarrollar en la clase, sino que empezamos contando algo, que puede ser tranquilamente, la anécdota de algoq ue os ocurrió en el fin de semana o en el traslado hasta la escuela, y solo cuando están interesados, vamos introduciendo de a poco el tema que queremos desarrollar. Eso me ha traído muchas alegrías con chicos abiertos y muchos problemas con los directivos esquemáticos.

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    1. Me alegro que te haya gustado! Me alegra que seamos muchos los que tratamos de enseñar de manera más creativa, y espero que la entrevista constituya un estímulo para transmitir contenidos de una manera que cuenta con la eficacia de los siglos, aunque haya que seguir "resolviendo problemas con directivos esquemáticos". Abz

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  2. Vivina, es estupendo tu aporte a una línea de trabajo, algunos la llaman "investigación", que comencé con la filmación de mi documental "Los tiempos de Castro y Gómez. Aproximación al general Gabaldón", lamentablemente extraviado en los archivos de la biblioteca nacional. He continuado, después de una larga interrupción por razones de sobrevivencia, y fuí a parar en la Guajira Venezolana buscando las fuentes de información de Rómulo Gallegos para escribir "SOBRE LA MISMA TIERRA", lo cual me permitió deshacer el tejido narrativo y encontrar la madeja de Gallegos para la obra en cuestión.
    He continuado el trabajo de conexión entre la oralidad y la antropología desde la búsqueda estética y parte de mi labor, en este campo la concreté en un artículo EL TEXTO IMPOSIBLE. Ahora he vuelto a esa línea para publicarlas experiencias en formato PDF interactivos.donde incorporo partes audiovisuales de algunos de mis documentales.
    Ojalá pueda hacerte llegar esta experiencia y recibir tu apreciación.

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